Tenía el propósito de forzar una amnistía para los militares acusados de cometer violaciones a los derechos humanos durante el terrorismo de Estado.
El coronel Mohamed Alí Seineldín encabezaba hace 35 años, el 2 de diciembre de 1988, el tercer levantamiento “carapintada” contra el Gobierno de Raúl Alfonsín en un cuartel del Ejército ubicado en la localidad de Villa Martelli, con el propósito de forzar una amnistía para los militares acusados de cometer violaciones a los derechos humanos durante el terrorismo de Estado.
Los “carapintadas” eran apodados de esta forma porque se mostraban con sus rostros embadurnados con pomada para camuflaje cuando se acuartelaban, y el Gobierno de Alfonsín había sufrido dos rebeliones de esta facción castrense que estuvieron encabezadas por Aldo Rico, otro teniente coronel que participó en la Guerra de Malvinas.
La primera de ellas fue la de Semana Santa, en abril de 1987, que generó una gran movilización popular a Plaza de Mayo en defensa de las instituciones democráticas recuperadas cuatro años antes, y la segunda se produjo en Monte Caseros, Corrientes, durante febrero de 1988.
Seineldín, un oficial formado en el cuerpo de comandos del Ejército, veterano de Malvinas y agregado militar en Panamá -donde había establecido vinculaciones con el dictador Manuel Noriega-, se puso al frente de los carapintadas cuando Rico se encontraba detenido.
Al momento de la rebelión, Alfonsín se encontraba de viaje oficial en Nueva York para participar de la Asamblea General de la ONU, y debió anticipar su regreso ante la crisis castrense.
En las primeras horas del viernes 2 de diciembre, Seineldín y sus hombres tomaron el control de buena parte del complejo militar militar de Campo de Mayo, dando comienzo a la sublevación.
“Le ordenados al jefe del Ejército, el general José Caridi, que iniciara un operativo para recuperar la unidad. Se comenzó con el lanzamiento de disparos de aproximación, primero llegaban a 30 metros de donde estaban ubicados los rebeldes, luego a 20 y por último a 10. Es entonces cuando Seineldín anuncia que se iba a rendir, pero nos tendió un engaño”, recuerda el exfuncionario.
En una maniobra evasiva realizada en el atardecer, Seineldín y sus hombres burlaron de forma inexplicable el cerco impuesto por Caridi y se trasladaron a una unidad militar de Villa Martelli, donde permanecieron durante todo el sábado.
Desde la mañana del domingo, grupos de manifestantes comenzaron a rodear las inmediaciones del cuartel de Villa Martelli para exigir la rendición de los sublevados, mientras las tropas leales comenzaban a tomar posiciones lentamente en la zona.
Algunas personas se aproximaron a los muros y la guardia del cuartel para arrojar objetos y piedras a los militares rebeldes, mientras se demoraba una represión de las tropas leales que nunca se produjo.
Entre esos grupos había militantes de partidos y agrupaciones de izquierda y, tras la rendición de los amotinados, la Policía cargó contra los manifestantes que se encontraban sobre la avenida General Paz y los dispersó a tiros; murieron siete personas y hubo varios heridos.
Por la tarde del domingo 4, los carapintadas aceptaban la rendición, y si bien no lograron una amnistía o una norma que mejorara la situación de los procesados –como sucedió tras Semana Santa con la sanción de la Ley de Obediencia Debida–, Caridi debió dejar la conducción del Ejército y fue reemplazado por el general Isidro Cáceres.
Seinedín quedó detenido tras los sucesos de Villa Martelli, pero Carlos Menem lo indultó tras llegar a la Presidencia, sin embargo, en diciembre de 1990, el militar se puso al frente de la cuarta rebelión carapintada, sofocada tras sangrientos enfrentamientos con varios muertos en el regimiento de Patricios y el Edificio Libertador, sede del Ejército.
Por esos hechos, Seineldín resultó condenado a prisión perpetua en 1991, lo que significó el fin del proyecto de los “carapintadas”.